15 mar 2010

Vixca la Copa del 37!

JOSÉ LUIS GARCÍA NIEVES.

[Trenet a Vallejo. L'informatiu.com. 5-3-2010]

Sostiene un amigo que pese a ser un torneo ganado entre las bombas, con un escenario exótico —Can Rabia, viejo feudo del RCD Espanyol de Barcelona— y conquistado en las mismas narices del eterno rival, la Copa de la España Libre del Llevant carece de mística per se. Que han sido, añade, los cuarenta años de clandestinidad bajo régimen franquista y el silencio de 35 años de mayor o menor normalidad democrática los que le dan este aire romántico; la cumbre simbólica del discurso de eterno perdedor que envuelve al levantinista.

No puedo estar más de acuerdo; y tampoco —perdonen la frivolidad— más agradecido a los tarugos de la federación española. Fuimos campeones de España en 1937. Lo habíamos olvidado, pero Emilio Nadal nos lo recordó en 2003 con una gran investigación para su obra Los latidos de un siglo; luego una iniciativa del levantinismo —de la base, no del club— permitió, con la complicidad de Izquierda Unida, que el Congreso de los Diputados reconociera e instara en 2007 a la RFEF a homologar ese torneo como una edición más de la Copa de España.

El resto de la historia es más o menos conocido: un informe parcial y sesgado fue la  base para que la asamblea —máximo órgano de gobierno de la federación— votara mayoritariamente en contra del reconocimiento. Una vieja reivindicación, en fin, frustrada y retomada con la conmemoración del centenario como pretexto.

Personalmente, no necesito el aval de un organismo como la RFEF para saber que hubo un tiempo en que mi equipo fue el mejor; que en la memoria del fútbol viejo los nuestros protagonizan instantes de gloria, éxitos que hincharon el orgullo de un lugar que ya casi no existe llamado el Poble Nou de la Mar.  Lo vi claro el pasado viernes, mientras Felip Bens, José Ricardo March —autor de un demoledor informe sobre el que algún día se asentará la validación del trofeo— y yo mismo presentábamos el volumen II de Historia del Llevant, que precisamente abarca el periodo de la guerra.

Si el franquismo no hubiera pretendido borrar toda la realidad acaecida entre 1936 y 1939 en el territorio leal a la República —como en la terrible pesadilla orwelliana—, el Llevant tendría en su palmarés un título de campeón, sí; pero apenas sería un apunte estadístico, un recuerdo difuso de cuando el fútbol era foot-ball, y entre los éxitos del Madrid, el FC Barcelona o el Athletic Club se colaban nombres como el Arenas de Getxo o el Real Unión. 
Nuestra Copa, sin embargo, está más viva que la que ganó el Barça en Mestalla hace unos meses: sublimada por la afición; exhibida y venerada como una reliquia, los restos que podemos tocar de un pasado mítico y remoto.

Así ha ocurrido en multitud de actos organizados por las peñas y el club en los últimos años, y así ocurrió en la presentación del pasado viernes, cuando Antonio Calpe, hijo de Ernesto Calpe, recogió un cuadro conmemorativo en homenaje a los protagonistas de la conquista del 37. Ese trozo de metal con forma de trofeo sigue uniendo, motivando e ilusionando a los levantinos en tiempos difíciles, más de 70 años después de que Calpe, Gaspar Rubio y compañía vencieran, como de costumbre, al Valencia FC. Así que gracias. A todos los torpes que no ven más allá de sus narices: mientras se deciden a oficializar nuestra Copa, nosotros seguiremos festejándola.

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